Por: Mauricio Guerrero

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Ernesto y Alfredo eran los niños más tremendos y malportados de la familia. Un día en un paseo por la playa, se les ocurrió que toda la arena que veían a su alrededor podía servirles para una que otra travesura y jugar. Un balde repleto de arena para cada uno se convirtió eventualmente en arma de combate, lanzándose entre ellos y a otros, ajenos a aquella batalla, “proyectiles” de arena caliente que queman la piel de la víctima. Jugaron, se golpearon, golpearon a otros y dejaron aquella playa como un verdadero desastre. Se cansaron. Pero como es habitual en los niños malportados, aunque estén cansados y han destrozado todo a su paso, quieren seguir jugando, así que decidieron armar un castillo de arena.

Con palas y baldes, cavaron agujeros por toda la playa, destruyéndola y acumulando arena para elaborar su castillo. Hoyos por aquí y hoyos por allá, aquel hermoso paisaje tropical terminó convertido en un símil de superficie lunar. Los niños traviesos lo arruinaron todo. Cuando tuvieron la arena suficiente, comenzaron su obra. Al cabo de mucho tiempo de trabajo, terminaron. Estaban felices de ver su castillo terminado. Sus ojos brillaban porque habían puesto mucho esmero en elaborar su castillo, sin importarles que eso implicara la destrucción de toda la playa.

Para que el resto de la familia no se molestara a causa del desorden provocado en aras de construir aquel castillo, Ernesto y Alfredo dijeron que querían compartir su obra, que era de todos, que se acercaran con toda confianza a jugar porque el castillo había sido construido para el disfrute de todos. Pero mentira, a Ernesto y Alfredo sólo les interesaba disfrutar ellos.

El tiempo pasó y con él subió la marea. Como la arena no es muy resistente y las olas constantes son destructivas, el castillo terminó derribado. Sucumbió. Era un absurdo creer que aquella obra tan frágil iba a soportar todo el poderío de su enemigo, el mar. El error estuvo desde el inicio, pues el castillo se construyó justo a las puertas de su destrucción. De nada servía que fuese bonito, si iba a durar tan poco. Casi nada. Nada.

La historia reciente de El Salvador bien podría compararse a la de Ernesto y Alfredo. Ernesto y Alfredo bien podrían hacer el papel de la cúpula guerrillera y el Estado salvadoreño, respectivamente. La playa es el país y los miembros familia es el pueblo salvadoreño. El mar representa los incontables problemas del país. El castillo de arena, los Acuerdos de Paz.

Habiendo sustituido personajes y definido el contexto, esta es la nueva historia:

A la cúpula guerrillera y al Estado salvadoreño se les ocurrió un día que el país podía servirles para hacer una que otra travesura y jugar. Se armaron con balas, bombas, tanques, misiles, aviones, Napalm y jugaron a la guerra. Jugaron, se golpearon, golpearon a otros que no eran parte de aquel sangriento combate y dejaron el país hecho un verdadero desastre. Se cansaron. Se dieron cuenta que ni el uno ni el otro estaba en condiciones de ganar aquel juego. Pero como es habitual en los niños malportados, aunque estén cansados y sepan que nadie va a ganar, quieren seguir jugando, así que decidieron hacerse políticos y armar los Acuerdos de Paz. Destruyendo el país, sacaron de él mismo los insumos necesarios para la creación de los Acuerdos.

Destrucción por aquí y destrucción por allá, aquel bello país terminó totalmente destruido al punto de ser irreconocible. Los niños traviesos lo arruinaron todo. Cuando tuvieron los insumos suficientes, comenzaron la negociación. Al cabo de muchas reuniones de diálogo, terminaron. Estaban felices al ver los acuerdos alcanzados. Sus ojos brillaban, pues sabían que los Acuerdos les traerían muchos beneficios, aunque esto hubiera implicado más de una década destruyendo al país.

Para que el pueblo salvadoreño no se molestara por tanta destrucción, la cúpula guerrillera y el Estado salvadoreño dijeron que querían compartir su obra, que era de todos, que se acercaran con confianza a disfrutar de la paz porque había sido alcanzada para el disfrute de todos. Pero mentira, a la cúpula guerrillera y al Estado salvadoreño sólo les interesaba beneficiarse ellos.

El tiempo pasó y con él subió la marea. Los problemas del país (desigualdad, exclusión social, corrupción, violencia, etcétera) crecieron y crecieron y terminaron derribando el castillo de arena. Era un absurdo creer que los Acuerdos de Paz, con tan frágil estructura, serían capaces de soportar los embates de su enemigo, el mar. De nada servía tanta pompa y algarabía de aquel 16 de enero de 1992, si la paz anhelada iba a durar tan poco. Casi nada. Nada.

Para El Salvador, la paz es una utopía; los Acuerdos de Paz, no son más que un tema que aparece en los libros de historia y se enseña en las escuelas en la materia de Estudios Sociales.

Se denomina Acuerdos de Paz al negocio de tipo político-militar que puso fin al conflicto armado que desangró al país por más de una década. No obstante, dejó fuera temas estructurales como lo económico y lo social.

No concibo una paz sin justicia social.

No concibo una paz en la cual el Estado no es garante de Derechos Fundamentales.

No concibo una paz sin educación.

No concibo una paz sin desarrollo.

No concibo una paz sin trabajo.

No concibo una paz sin alimentos.

¡NO CONCIBO UNA PAZ SIN PAZ!