En medio del arenoso escenario de una humilde chinaca llamada Circo Colonial —sin carpa o techo, tablas con clavos salidos, olor a algodón, palomitas y churros españoles—, en un ambiente de alegría, nació Carlos Sandoval, el embajador de la cultura salvadoreña.

La historia de Sandoval se encuentra llena de mucha pasión y diversión: Su padre es José Antonio Sandoval, Pelele, el rey de la risa; su madre era María Ester Muriel, de ascendencia guatemalteca. Ambos, circenses que recorrían el territorio nacional para atrapar el espíritu del público por medio de una carcajada.

En ese andar de Pelele y María nació el 17 de noviembre de 1955, un hombre sencillo, de barrio, amante de su pueblo y de la cultura.

Carlos Sandoval es un artista de calle, circo, radio y televisión que durante toda su vida ha buscado el bienestar de su gente. Prueba de ello son los innumerables viajes a los cantones, municipios y departamentos de la tierra El Salvador y el extranjero, en donde encendió la llama de la felicidad en los corazones de los niños y adultos.

El embajador de la cultura salvadoreña, conocido por el pueblo como Pizarrín, marcó el corazón de varias generaciones llevando alegría a los hogares de todo El Salvador, junto a Prontito, Chirajito y Tío Periquito en el exitoso programa Jardín Infantil, que era transmitido por una de las televisoras nacionales (Canal 2) los domingos.

Muchos lo tienen presente por su singular y despampanante risa, su traje de marinero, su corta cabellera rubia, sus divertidas muecas y su reconocida frase: “¿Ya te vas papito? salú, pues”.

En su niñez, Sandoval solía sentarse en las tablas del circo a ver actuar a su papá y a los demás colegas de la risa; sin embargo, no se involucró en los espectáculos hasta los 23 años.

Al principio, Pelele —quien actualmente tiene 118 años— no quiso que su hijo siguiera el mismo camino artístico, pero poco a poco Pizarrín dio destellos de existencia que Pelele no pudo ignorar.

Uno de los sitios en donde Pizarrín empezó a aparecer fue dentro de los salones de clase; su hiperactividad y dinamismo lo llevaron a resplandecer entre sus compañeros, tal fue el caso que un día llevó un paraguas al salón (la maestra tenía la costumbre de escupir), él se sentó adelante y lo extendió, sin reír en ningún instante, y cuando la profesora le preguntó la razón de su acción él contestó: “Es para evitar sus escupidas, maestra”.

Además de las risas de sus compañeros de clase, Sandoval recibió otra señal a sus 15 años: Su maestra, Berta de Olivares, quien impartió Lenguaje en el centro escolar Ferrufino, en Planes de Renderos, interrumpió a Sandoval, quien se encontraba declamando en clase, para decirle: “Tú serías un buen payaso”.

Desde pequeño evitó la vulgaridad en sus chistes. Él hacía reír a los demás estudiantes y maestros con su jovialidad. Durante su época de escolar también los deleitó con sus actuaciones en danza folclórica y teatro.

Por motivos económicos, Sandoval estudió hasta noveno grado. Luego, se entretuvo con el fútbol y durante sus partidos conoció a muchas personas, sintiendo cómo el amor hacia su gente crecía en su corazón. Le gustaba que se acercaran a él a través del deporte.

Posteriormente, llegó a Sandoval una etapa difícil en su vida, una historia que pocos conocen, en donde el embajador de la cultura se involucró en la lucha social para favorecer a la sociedad.